miércoles, 29 de julio de 2009

Leyendas de cristal

Leyendas de cristal
Aunque la ciencia revela varios de sus secretos, las calaveras de cristal no
pierden su poder de fascinación.

Por Sébastien Perrot-Minnot
El estreno, en mayo, de Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal,
el cuarto episodio de las aventuras del arqueólogo más famoso de la pantalla
grande, ha sido esperado ansiosamente.

A pesar de sus esfuerzos para preservar los secretos del guión antes del
estreno, el director Steven Spielberg y el productor George Lucas no
pudieron evitar fugas de información ávidamente aprovechadas por numerosos
aficionados que se preparaban a seguir los pasos del doctor Jones en medio
de una intriga que se refería a lo que fue uno de los grandes enigmas de la
arqueología precolombina…

En ocasión del estreno y hasta septiembre, el museo parisino del Quai Branly
—enfocado a las civilizaciones y las artes tradicionales de América, África,
Oceanía y Asia— organiza una exhibición excepcional de un cráneo de cristal,
de 11 cm de alto y un peso de 2.5 kg. Como lo recalca el sitio Internet del
museo, el cráneo de sus colecciones “hizo soñar a generaciones de
visitantes”…

En el mundo, solo se conoce una docena de piezas similares, de las cuales al
menos cuatro se conservan en museos. La calavera de cristal de París fue la
primera en adquirir una notoriedad pública. En 1878, el explorador Alphonse
Pinart la donó al entonces Museo Etnográfico del Trocadero, cuyas
colecciones pasaron al Museo del Hombre y luego al Museo del Quai Branly,
inaugurado en el 2006. Durante décadas, la pieza fue presentada como una
obra maestra azteca mostrando a Mictlantecuhtli, la divinidad que reina
sobre los muertos.

Como el Museo Británico no podía quedarse atrás, adquirió, en 1898, en una
subasta organizada por Tiffany’s (New York), otro cráneo de cristal que el
museo catalogó por muchos años como “probablemente azteca, de entre 1300 y
1500 d. C.”.
La calavera más voluminosa (de un peso de 14 kg) fue obsequiada en 1990 a la
Smithsonian Institution (Washington) , por una persona que aseguraba haberla
comprado en México en los años 1960.

Una calavera de cuarzo, hasta ahora mucho menos conocida del público,
integra también las colecciones del Museo Popol Vuh, en Guatemala
(Universidad Francisco Marroquín). Sus dimensiones y peso se acercan a las
del espécimen parisino: tiene una altura de 10.5 cm y un peso de 4 libras y
15 onzas (2.2 kilos). Conserva restos de cinabrio, un mineral de color rojo.
La pieza es la estrella de una exposición organizada en el Museo Popol Vuh
del 9 de junio al 20 de julio.

No cabe duda que la calavera de cristal que más pasiones y controversias
provocó fue la que, según el excéntrico explorador inglés Frederick Albert
Mitchell-Hedges, se halló en las ruinas de un templo del sitio maya
Lubaantun, en el sur de Belice, en 1924. Anna, la hija de Mitchell-Hedges,
habría encontrado la curiosa escultura de cristal de 13.3 cm de alto el día
de su 17 cumpleaños, cuando participaba en las excavaciones de su padre
Frederick Mitchell-Hedges, en un libro al título elocuente (“Danger, my
Ally”, 1954), aseveró que esta pieza que apodaba la “Calavera del Destino
funesto” tendría “al menos 3600 años” y que “de acuerdo con la leyenda, el
gran sacerdote de los mayas la utilizaba en la celebración de ritos
esotéricos”.

Desde el siglo XIX, un gran número de leyendas, supersticiones y creencias
rodean las calaveras de cristal. Una de ellas cuenta que de juntarse las 13
calaveras de la época precolombina, las mismas podrían hablar y cantar y
evitar el fin del mundo. Según otra tradición, la reunión de doce calaveras
escondidas en México a la llegada de los conquistadores españoles provocaría
el renacimiento del imperio azteca. Es tal la fascinación por los cráneos de
cristal que sus aficionados crearon agrupaciones especializadas, como la
Crystal Skulls Society International, fundada en 1945, en California.

Para los científicos, la comprensión de los objetos fue lejos de ser tan
clara como el cristal de roca y constituyó un verdadero dolor de cabeza.

Como lo recordó el arqueólogo Felipe Solís, director del Museo Nacional de
Antropología de México, en una entrevista al Sol de México (22/04/2007) , el
cristal de roca es “una de las piedras más duras y difíciles de tallar”. No
obstante, ha sido trabajado, a moderada escala, en la época precolombina.
Los artesanos mixtecos, en particular, se distinguieron por la producción,
en el período posclásico (900-1521 d. C.), de varios pequeños objetos en el
referido material, incluyendo al menos una calavera de apenas 4 cm de alto
exhibida en el Museo Nacional de Antropología de México. De los mayas, el
mismo museo posee un cabecita de guacamaya en cristal de roca.

Pero en el caso de las calaveras grandes, su origen prehispánico se
cuestionó desde el siglo antepasado. Ninguna de estas calaveras fue
encontrada en el marco de una excavación arqueológica controlada y la
historia de las piezas conocidas se vincula con personas de dudosa
reputación. En 1886, el Museo Nacional de México denunció con gran
resonancia que el anticuario francés Eugène Boban trató de venderle un
cráneo de cristal falso. Se sabe hoy que los cráneos del Museo Británico y
del Museo del Trocadero pasaron por las mismas engañosas manos de Boban,
quien estuvo involucrado en otros escándalos de falsificaciones de
antigüedades mesoamericanas.

El caso de Frederick A. Mitchell-Hedges (1882-1959) es, por su parte, tan
asombroso y complejo que parece difícil de resumir en algunas líneas. Este
personaje, fascinado en su juventud por las grandes novelas de aventura, fue
explorador, comerciante de antigüedades, conductor de un programa de radio,
periodista y escritor. Se atribuyó hazañas como haber luchado junto con el
revolucionario mexicano Pancho Villa y haber descubierto tribus, ciudades
perdidas (entre las cuales, Lubaantun) y hasta los restos de la Atlántida.

El problema es que se ha comprobado que buena parte de los relatos de este
“Indiana Jones” son falsos. Visitó Lubaantun, pero 21 años después del
primer estudio del sitio por el doctor Thomas Gann, y parece que la hija de
Mitchell-Hedges, Anna (quien defendió hasta su muerte, en el 2007, las
elucubraciones de su padre), jamás viajó a Belice. Las monografías de
arqueólogos profesionales relacionadas con el sur de Belice no mencionan las
supuestas “investigaciones” de Mitchell-Hedges, cuyos relatos, del destacado
arqueólogo inglés J. Eric. S. Thompson, calificó justamente de insensatos.

Desde un principio, entonces, el cráneo de cristal Mitchell Hedges fue
considerado con un gran escepticismo. Y, curiosamente, no se divulgó hasta
en 1944, es decir, veinte años después de las “excavaciones” realizadas en
Lubaantun. Además, el restaurador de obras de arte Frank Dorland, quien lo
examinó, concluyó, en base a características técnicas, en la improbabilidad
de que la pieza sea prehispánica. En realidad, todo indica que
Mitchell-Hedges compró la “calavera del destino funeste” en una subasta
organizada en Sotheby’s en 1943.

Los museos, que alguna vez contribuyeron a la fama de los cráneos de
cristal, asestarían más golpes a los mitos. Desde 1950, un examen a la pieza
del Museo Británico reveló marcas dejadas por herramientas modernas. Los
análisis con microscopio electrónico llevados a cabo por la misma
prestigiosa institución en 1996 y 2004 detectaron las huellas de un
pulimentado con rueda de abrasión (una técnica desconocida por los pueblos
precolombinos) y determinaron, sin lugar a duda, que se usó cristal de roca
brasileño. En 1992, la Smithsonian Institution divulgó las conclusiones de
un estudio que también descartaba el origen prehispánico de su calavera.

Y este año, “aunque no le guste a Indiana Jones”, como lo remarcó el
periódico Le Parisien (18/04), el laboratorio de los museos de Francia, con
sede en el Louvre, declaró que sus análisis pusieron en evidencia, a su vez,
la implementació n de un equipo moderno y por otra parte, hallaron en el
cuarzo una “película hidratada” fechada para el siglo XIX.

Cruzando las diversas informaciones, los investigadores finalmente
concluyeron que al menos una parte de los grandes cráneos de cristal fueron
tallados por artesanos del sur de Alemania, entre 1867 y 1886. Algunos
especímenes, sin embargo, podrían remontar a la época colonial mexicana.

De la calavera conservada en el Museo Popol Vuh, el curador de esta entidad,
Oswaldo Chinchilla, confiesa que “lamentablemente no tenemos ningún dato
sobre su historia”. No obstante, por sus características técnicas, se puede
descartar un fechamiento prehispánico.

A pesar del esclarecimiento de varios de los misterios de los cráneos de
cristal, los mismos sabrán conservar por mucho tiempo, en su duro e
intrigante material, su poder de fascinación, alimentado este año por las
nuevas aventuras del Dr. Jones. Las exposiciones de los museos Popol Vuh y
del Quai Branly se dirigen tanto a los adultos como a las jóvenes
generaciones.

El establecimiento parisino propone un recorrido lúdico donde “los jóvenes
aventureros serán invitados a salir en búsqueda del misterio de la calavera
de cristal, escondida en el corazón del museo.” Después de todo, Indiana
Jones y El Reino de la Calavera de Cristal se estrenó en mayo, el mes de los
museos.
http://www.prensali bre.com/pl/ domingo/archivo/ revistad/ 2008/junio/ 15/fondo. shtml

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