sábado, 12 de diciembre de 2009

Khari khari, el mito vigente

Khari khari, el mito vigente
El solitario maligno que con rezos roba grasa de los viajeros
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Texto: Liliana Carrillo V. Ilustraciones: Álvaro Ruilova Fotos: Archivo La Razón

Doña Tami lee lentamente la noticia:“La policía atrapa banda de kharisis en Perú”. “¡Ja!.. Sabido es! —comenta en voz alta—Los khari kharis están dando vueltas. Antes sólo en el campo estaban, ahora en las ciudades también hay”. Poco antes, alguien había visitado su puesto de chiflera de la avenida Mirador, cerca a la plaza Corazón de Jesús, en la Ceja de El Alto, preguntando por medicina para el “kharsuw”, que viene preparada en botellas.

Fechada el pasado 20 de noviembre, la información que fue difundida por agencias internacionales reza: “Fueron detenidos en Perú cuatro sospechosos de asesinar a 60 personas para extraerles la grasa, que supuestamente vendían a dos italianos para su uso cosmetológico en Europa, en un caso que revivió la leyenda andina de los pishtacos, asesinos que comerciaban con grasa humana”.

El “pishtaco”, en quechua, es el “khari khari”, “kharisiri” o “lik’ichiri”, en aymara. Este personaje andino, según la tradición, encanta a sus víctimas para extraerles grasa. “Claro que existen, pues. A los que ataca se mueren; no ese rato, sino después... pero hay cura”. Doña Tami, chiflera hace 40 años, no tiene la menor duda.

Radiografía del khari khari

“Era normal, un hombre con sombrero, así nomás se ha parado a mi lado; me dijo que le venda wank’u (conejo), yo le dije que no tengo, se quedó a mi lado. Al día siguiente me he puesto mal, seguro que él me ha hecho, porque a esa persona le decían que era khari khari”.

En este testimonio de una joven del pueblo de Peñas —citado por la antropóloga Olga Yana en El khari khari, entre realidad y creencia— queda claro que el kharisiri podría pasar inadvertido. Aunque para algunos especialistas, el khari khari es el “q’ara”, el extranjero a la comunidad, la mayoría coincide en que no es un ser sobrenatural.

“El kharisiri o pishtaku es indudablemente un ser de este mundo; puede tener familia y también trabajar en oficios regulares; vive y muere como todos. Parte de su peligro es justamente el hecho de ser indistinguible de personas normales. Esto lo aleja de figuras de la tradición europea, como el vampiro o el hombre lobo; mientras que dentro de la tradición andina se le asocia con el condenado el brujo o layqa”, escribe la antropóloga Alison Spedding en Sueños, kharisiris y curanderos, un estudio elaborado con los estudiantes de las carreras de Sociología y Antropología de la UMSA.

No es la pinta (incluso se registran mujeres “robamanteca”) es la función la que distingue al kharisiri: “Aprovechándose de la oscuridad de la noche, los lugares alejados de las comunidades, lugares oscuros de las villas, recurre a sus conocimientos religiosos y sus habilidades personales para atraer a sus víctimas, las hipnotiza y luego procede con la operación. Sus víctimas no recuerdan absolutamente nada de lo sucedido, hasta que al cabo de unos días caen enfermos”, refiere Yana.

La figura mítica ha viajado desde tiempos coloniales del contexto rural al urbano: “Actúa tanto en los caminos solitarios del campo como en los taxis y micros de la ciudad. Está presente hasta en las filas que se hace desde tempranas horas cuando hay escasez de pan...”, advierte Spedding.

Libro de rezos y maquinita

Cuatro elementos caracterizan al clásico kharisiri en su deambular: un trozo de pan, una campanilla, un libro de rezos y una maquinita especial para extraer la grasa.

“Los khari kharis tenían que ser curas, pues... por eso saben qué rezar para robarte el ajayu”, dice doña Tami. Y aquí abre el gran misterio: ¿dónde se aprende a ser kharisiri? Algunos especialistas afirman que el oficio es hereditario y se pasa de padres a hijos o hijas. Pero hay otras conjeturas, apunta Alison Spedding, “algunos dicen que se aprende en los seminarios y otros, que hay verdaderos colegios donde, tanto jóvenes como señoritas estudian (uno estaría en Q’orpa y otro en la calle Chuquisaca de La Paz)”.

El libro de oraciones —cuyo contenido es un completo enigma— sería clave para adormecer a las víctimas. De hecho, “el examen de grado del kharisiri consiste en hacer dormir, mediante rezos, a una pichitanka (gorrión). Una vez que sepa hacer esto, ya está habilitado para ejercer”.

En todo este panorama juega un papel fundamental “la maquinita para extraer grasa” que llevaría consigo el khari khari. Algunos testimonios recogidos en Sueños, kharisiris y curanderos la asemejan a una radio a transistores o una minúscula máquina de coser. Hay, incluso quienes sostienen que el mentado aparato “estaría a la venta en la feria 16 de Julio de El Alto y que sería importada del exterior”. Nosotros la buscamos por horas sin éxito.

Munido de sus artefactos y sus saberes los lik’ichiris convertirían a los viajeros solitarios, a los que se duermen en un minibús y a los ebrios que caminan solos en sus víctimas más comunes. La grasa que extraen sería comercializada para hacer jabones y pulir estatuas, entre otros fines.

La enfermedad y su cura

Tras el ataque del khari khari, que no recuerdan, muchas de las víctimas encuentran una cicatriz en el estómago o la espalda; otros, ninguna señal hasta que empiezan a sentir la enfermedad, llamada “kharsuta” que —deja claro Spedding — es “un “síndrome culturalmente definido”.

Los síntomas físicos, según los estudios antropológicos, son fiebre, dolor de estómago, de cabeza, vómitos y escalofríos. Para la ciencia éstos pueden corresponder a una gran variedad de patologías, desde hepatitis hasta fiebre tifoidea, que si no se tratan a tiempo pueden causar la muerte. Para el imaginario andino, sin embargo, el mal de “kharsuta” tiene también síntomas psicológicos como: locura, vergüenza (incapacidad para mirar a los ojos), insomnio y “susto”.

“Tradicionalmente se curaba a la víctima de kharisiri cambiando (turkayaña) su vida por la de una oveja negra; pero hoy es más común que la curación se logre comprando ciertas medicinas a personas enteradas en este asunto”, escribe Spedding. Aparentemente esta medicina estaría preparada con la misma grasa de las víctimas mezclada con otros ingredientes secretos. “En Achacachi y Huarina saben preparar, aquí traen en botellitas el remedio. Hay que darle al enfermo sin que sepa”, asegura doña Tami.

La sabiduría popular recomienda también otras estrategias para prevenir el ataque: fumar, mascar coca, consumir ajo y llevar semillas de wayruru envueltas en algodón.

La captura de la banda de pishtacos en Perú ha actualizado a este ser misterioso. Para los antropólogos, el khari khari oscila entre la imagen de la explotación y la figura del “otro”; para el imaginario andino es un solitario que encanta el ajayu y se roba la grasa. En todo caso, como recomienda la chiflera, “mejor no se duerma en el minibús”.

Testimonios

“Operaba a los borrachos”

“Mi primo estaba alojado después de una fiesta cerca al lago. Había otros, borrachos también, todos se han dormido menos mi primo. Así vio a un tipo entrar al patio y sacar de su bulto una tela negra y encima de eso ponía pan, un libro y una maquinita. Después, se ponía a rezar y salía del cuarto un borracho al que operaba. Mi primo ha hecho escándalo y el kharisiri ha escapado”. (Victoria Cocarico, recopilado por Alisson Spedding)

“Hay cholitas khari khari”

“Son varios los que han muerto de kharisiri, la mayor parte en Copacabana pero aquí también en La Paz. Hasta se han presentado, llegado el momento, cholitas khari khari. Ellas, iban a tomar con un amigo y su compañero ya aparecía después como kharsuto. Con nadie había estado, no se acordaba, tampoco solo había andado. Sólo con la cholita había ido, pero nada sabía, ni su nombre, ni qué habían hecho, ni dónde se había perdido ella”. (José, zona El Tejar, recopilado por Olga Yana).

“Se ha ido por sospechoso”

“A don Armando siempre le decían que era kharisiri... él me han dicho que me ha cortado. En la comunidad vecina, Gran Puni, también sospechaban de esa persona. Ahí nomás, un día se ha perdido, ya no había enfermos tampoco. A La Paz se había venido, por su voluntad, para no tener problemas, unos 20 años se ha debido perder. Ahora, como es de edad recién ha vuelto, pero siempre le miran nomás”. (Jorge, El Alto, recopilado por Olga Yana).
FUENTE
http://www.la-razon.com/versiones/20091206_006933/nota_277_919474.htm

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